Hace más de cien años, concretamente en 1914, los italianos inventaron el secado artificial de la pasta. Antes, en el sur de Italia, se secaba en patios al sol. En el norte, donde esto no era posible por las condiciones climatológicas, la pasta se consumía fresca.
La pasta seca es más fácil de transportar y su caducidad es notablemente más larga que la de la fresca. El secado artificial fue un gran avance desde el punto de vista comercial. Sin embargo, a pesar de buscar los máximos beneficios económicos, los italianos no olvidaron la esencia del secado de antaño: lento y a baja temperatura. Su secado artificial recién inventado era una mera imitación, con una temperatura que rondaba los 30ºC y humedad similar a la natural.
Todo esto llevó a un boom en el consumo y exportación de la pasta. En su afán por producir grandes cantidades a velocidades imposibles, las grandes marcas han olvidado la magia del secado. Bien pueden llevarlo a cabo rondando temperaturas de entre 75ºC y 130ºC, lo que hace que se produzca en 1-2 horas. Pero ¿qué pasa? Se crea un falso al dente, se plastifica y pierde porosidad y textura. Por culpa de esto tu pasta no absorbe la salsa y se queda toda en el fondo del plato.
¿Se ahorra en la producción dinero y tiempo? Sí, mucho. ¿Se pierde calidad? Sí, mucha también. Y no solo en porosidad y textura, sino en valores nutricionales: proteínas, antioxidantes, fibra y aminoácidos.
En Sandro Desii trabajamos día a día para conseguir la máxima calidad, esforzándonos por recuperar la esencia del secado lento y a baja temperatura. Imitamos la tradición napolitana en nuestros secaderos recreando sus condiciones ambientales. La pasta puede permanecer allí durante más de 10 horas, dependiendo de la variedad. Además, utilizamos el que es uno de los ingredientes clave para una buena pasta, la sémola italiana de trigo duro. Seguimos creyendo en la calidad y el placer.